Reflexión espiritual sobre la misión de
la Iglesia
a-
Qué es ser Iglesia
La Iglesia se entiende a sí misma como “Sacramento universal de
Salvación”. Así se autodefine en el Concilio Vaticano II. Esto es “Sacramento”
porque ella significa y contiene la salvación ofrecida por el Padre Dios en
Cristo. “Universal” porque es para todos los hombres de todos los tiempos y
porque contiene una verdad que debe alcanzar a todos. “Salvación” que implica
la conciencia de la necesidad de ser salvados. El hombre necesita ser
salvado y experimenta diariamente la necesidad de la salvación: el sentido
de la vida, el lugar del sufrimiento, el valor de las cosas materiales, el
valor de la persona humana, el sentido de la sociedad y de la historia, el
significado de los acontecimientos contemporáneos, el bien y el mal. Todas
estas experiencias necesitan ser respondidas desde la Iglesia de varias
maneras: como testimonio, al vivir ella su vocación de ser un signo para el
mundo. Signo de la unidad que se puede vivir con todos los hombres, signo de la
esperanza del bien que ya se puede disfrutar en este mundo al construir una
sociedad “perfecta”, signo de la presencia de Dios que particularmente ejerce
mediante el culto y su labor mediadora ante Dios. De este modo, la vida del
discípulo es mucho más que un simple testimonio de bien moral que se le debe a
los demás. Es ante todo una presencia de Dios para los demás. Presencia que
salva, de tal modo que las mismas acciones de la Iglesia significan y realizan
(por ello es sacramento) la presencia y la salvación divinas.
Nosotros, los aquí presentes, somos esa Iglesia. Lo somos porque
fuimos llamados desde nuestro Bautismo a ser discípulos y a formar una
comunidad de discípulos. Lo somos porque encarnamos lo que es esa comunidad
llamada Iglesia en la Parroquia. Es aquí donde las personas encuentran esa
experiencia y llamado de Dios. Debemos asumir esta misión y mirar como “cuerpo”
nuestro ser y nuestra misión en el mundo.
b-
Qué lugar ocupa en la Iglesia el
catequista
Como en otro
momento lo hemos señalado y enseñado, la catequesis es una parte de la misión
de la Iglesia. Ella consiste en “enseñar la fe”. Un ejemplo testimonial lo
tenemos en la pregunta que todos los que habían escuchado el mensaje del
Apóstol Pedro después de Pentecostés (Kerigma) le preguntaron
“¿Qué debemos hacer para alcanzar la salvación? (catequesis).Este
qué debemos hacer es precisamente la tarea del catequista. El catequista
enseña a vivir la fe. Esta enseñanza no sólo es válida, es necesaria.
Muchos
cristianos dicen que son católicos porque han recibido los Sacramentos de
Iniciación (Bautismo, Confirmación y Eucaristía), pero no saben que tienen una
misión como bautizados y confirmados, no saben que están llenos del Espíritu
Santo, no saben orar, no saben el valor infinito de la Eucaristía, no saben lo
que es estar en gracia de Dios o perderla, y por eso mismo no valoran los
Sacramentos, no valoran la fe y se mantienen lejanos de la Iglesia. Para
completarla, creen que saben de la Iglesia porque escucha a los que hablan mal
de ella, y peor aún, identifican esta mala Iglesia con los ministros de la
Iglesia; reducen su enseñanza al mal testimonio, verdadero o falso, de los
ministros de la Iglesia; y aún más, ni siquiera saben que ellos mismos son la
Iglesia, y que están llamados a edificarla con su propio testimonio.
Esta enseñanza
va, como vemos, precedida del Kerigma. El que es catequizado debe “desear”
aprender la fe. Y por ello, el catequista debe provocar ese deseo mediante el
anuncio kerigmático, el cual se da de muchas maneras, es una provocación
a la fe
c-
Cuál es la situación general de la fe en
la Iglesia
a.
El desorden familiar: Por el mismo concepto de la catequesis cae de maduro
que los principales catequistas son los padres. Ellos tienen la clave de esa
vivencia que despierta la fe del niño. Pero si esos padres no sólo no han hecho
una experiencia de la fe, menos que menos serán catequistas, porque sentirán
desinterés por enseñar una fe que ni ellos mismos quieren ni comprenden. Las
familias con altísima frecuencia son inestables, parejas que se hacen y
deshacen, permaneciendo la madre como la principal impulsora de los eventos
religiosos de los hijos, y evidentemente, no tendrán un deseo explícito ni
claro del bien espiritual de sus hijos, con excepciones. Muchos padres traen a sus niños a nuestra
comunidad por motivos ajenos a la fe: porque la primera comunión es una fiesta
social, porque es una tradición, porque hay que hacerlo, etc. Y obviamente por
ello, no tienen ningún interés en pensar ni acompañar un proceso de aprendizaje
de la fe y su consecuente vivencia.
b.
La indiferencia religiosa: Es un ingrediente social provocado por
varias motivaciones:
i.
las sectas, que con su invasión doctrinal tan diversa e
insistente provocan el hartazgo en las personas y la sensación de que todo es
igual o de que nada vale la pena;
ii.
el apego a las cosas de este mundo, desde el consumismo
que lleva a valorar los bienes que se pueden tener como objetivo de la vida y
suficiente distracción para estar atentos a los bienes espirituales, o
iii.
los sistemas de trabajo que absorben a las personas en su
horario que sólo les queda deseo de distraerse y descansar en vez de ocuparse
de otra cosa.
c.
La ignorancia religiosa: Este hecho afecta mucho más a las
personas devotas que cultivan su vida espiritual. La mayor parte de las veces
son familias que “rezan”, que “creen”, que “aman a la Virgen”, y hasta allí
llega su sentido y conocimiento de la fe. Generalmente ignoran que hay más por
conocer, e ignoran que le significa un compromiso. Muchas pastorales
parroquiales aún se apoyan en esta fe enclenque de las familias y las fomentan
con devociones sin intentar evangelizar a esos bautizados. Son finalmente,
fácil presa de las sectas que los deslumbran con sus argumentos artificiosos
apoyados en la Sagrada Escritura. De allí que encontremos detrás de los niños y
de los adultos, familiares “evangélicos”, o “testigos de Jehová”. Católicos
ignorantes de su fe que debe ser para nosotros un llamado más fuerte a un
ministerio catequístico más profundo.
d.
La apostasía: El apóstata, o sea, el que apostata de
la fe, es el que renuncia a su condición de cristiano, despreciando a Cristo y
considerándose ajeno a la Iglesia. Actualmente han comenzado a aparecer
provocados por un movimiento de ateísmo militante. Afecta a muchos bautizados
desencantados de la vida de la Iglesia, y que a su vez, no tienen un interés
real por la vida espiritual, la cual finalmente niegan. Muchos de los
bautizados que vienen a las misas de Primera Comunión, o Confirmación, o de
distintos eventos de la catequesis son estos apóstatas de hecho, pero que no
dejan de ser bautizados a ser evangelizados. Estos influyen sobre los niños
ante todo mostrándoles un mundo autosuficiente donde la religión no tiene
ningún significado vital.
e.
La ausencia de la actitud evangelizadora
en la Iglesia: Aquí
debemos mirar no a la Iglesia como tal, la cual desde siempre ha fomentado y
puesto los medios para evangelizar; sino que debemos mirarnos a nosotros como
comunidad parroquial. Miremos en general: los fieles no asumen su misión como
catequistas, como “maestros” de la fe. En general, cada uno vive su vida, vive
sus sacramentos, sus angustias, sus cosas. La gente, que ignora la fe pero que
busca a Dios, viene a la Comunidad parroquial, ¿encuentra una actitud de acogida
fraternal? ¿encuentra el testimonio entusiasmante de una fe vivida y
compartida? ¿encuentra una palabra sabia o una enseñanza clara de cómo vivir su
fe?. El catequista no es un maestro que cobra un sueldo y que cumple una
función horaria. El catequista es un discípulo que siempre está en disposición
de transmitir la fe con el testimonio de su alegría y con la enseñanza de su
palabra.
d-
Conclusión:
Reconocer este marco vital, nos lleva a buscar algunas actitudes
necesarias para que nuestro ministerio sea fructífero:
-
una vivencia sentida de la fe que contagia
-
Conocer nuestra fe, no conformarnos con lo que sabemos de
siempre.
-
Considerar la catequesis como ministerio que nos ha
confiado el Señor y que forma una parte esencial de nuestro ser comunidad
-
Conformar una “comunidad” entre todos los animadores de
la catequesis, y no aislarnos
-
Darle gran importancia a nuestra presencia, en lo que
corresponde, como elemento evangelizador y cumplimiento de nuestro ministerio.
El catequista es “el que está”
-
Sentirnos parte de una gran Comunidad de fe: la
Parroquia.